lunes, 3 de septiembre de 2007

Expulcion del pueblo etrusco

La expulsión de la dinastía etrusca, que según la tradición tuvo lugar a fines del siglo VI, no produjo, como ya hemos dicho, ningún cambio radical en la constitución de la ciudad; Roma era todavía un poder fuerte, principalmente militar, con una aristo­cracia que gobernaba sobre una población en su mayoría agrícola. La dominación etrusca le había prestado un gran servicio: la ciu­dad se había hecho más grande, más fuerte y más civilizada, y su vida había adquirido mayor variedad de matices. El centro del Estado, Roma, había logrado gran importancia comercial y, por eso, se habían producido más cambios en las relaciones económicas y sociales que en la constitución. El único cambio constitucional de importancia fue que la aristocracia victoriosa, en vez de elegir de nuevo rey, puso en su lugar a dos jefes —pretores o cónsules— nombrados por un año, los cuales ejercían una autoridad completa en cuestiones religiosas, civiles y militares. Además, en caso de necesidad, se podía restablecer temporalmente la autoridad real encarnándola en la persona de un dictador, cuyas funciones como tal, no podían pasar de seis meses. De igual modo, el Senado y la asamblea popular adquirieron mayor importancia. La asamblea, que solía reunirse únicamente para registrar los edictos reales, ahora, en cambio, votaba por "sí" o "no" los problemas que le sometían los cónsules: ¿Debía hacerse la guerra o mantenerse la paz? ¿Se debía condenar a muerte a tal o cual ciudadano? ¿Se podía admitir a nuevos ciudadanos? ¿Se debía aceptar o rechazar a las personas recomendadas por los magistrados anuales para que los sucedieran en sus cargos?Tal era la constitución de Roma, des­pués de la expulsión de los reyes. La clase gobernante dirigía todos sus esfuerzos al mantenimiento de la preponderancia de Roma sobre el Lacio. Las relaciones con sus vecinos estaban preña­das de peligros. Las ciudades etruscas veían con desagrado la cre­ciente importancia comercial de Roma, que había traído como consecuencia la firma de un tratado con Cartago. En el interior, las perspectivas eran más halagüeñas porque los latinos sentían que, sin la cooperación del poder romano, les sería muy difícil resistir la presión de los volscos y los ecuos de las montañas o el peligro constante de una nueva conquista etrusca. Era, pues, na­tural que, en vista de sus comunes intereses, se consolidase en aquel entonces la alianza de todas las comunidades latinas. Y Roma volvió a representar un papel de conductora de la federa­ción, como en los tiempos del predominio etrusco.Por otra parte, Roma se veía obligada también a repeler los ataques del norte, de la colinas sabinas y, en esta empresa, tuvo éxito. los sabinos sufrieron una aplastante derrota y Roma se anexionó una parte considerable de su territorio. Al mismo tiempo o quizás antes, la rica y noble familia sabina de loa Claudios trasladó su residencia a Roma, juntamente con sus clientes, y el orden patricio la admitió en su seno. Este tipo de emigraciones desde muchas ciudades latinas era bastante común y tal hecho, como es natural, acrecentó la importancia y el poder de los patricios de Roma. Pero el problema principal de aquel momento era la lucha contra vecinos más pode­rosos, la ciudad etrusca de Veyos y los volscos y ecuos que ata­caban a las ciudades latinas desde las montañas. De estos dos pueblos, los más peligrosos eran los volscos porque intentaban apo­derarse de las costas y aislar al Lacio de su salida al mar. Por eso,. Roma luchó denodadamente con los volscos por la posesión de la ciudad costera de Ando. Sus esfuerzos y los del Lacio se vieron coronados por el éxito: los ecuos fueron rechazados hacia las montañas y se fundó un buen número de colonias romanas (establecimientos militares y agrícolas) en territorio volsco. Un notable éxito romano fue la victoria sobre Veyos, que tuvo como resultado la destrucción de la ciudad y la anexión de su territorio. El problema había sido cuál de las dos ciudades controlaría ambas orillas del Tíber y su desembocadura. Si Roma hubiera sido derro­tada, habría corrido la suerte de Veyos.Casi inmediatamente después de este éxito, comenzó a ame­nazar a Roma un nuevo y serio peligro. Gomo ya lo apuntamos anteriormente, en el siglo V, los galos comenzaron a apoderarse de provincia tras provincia en el norte de Italia, expulsando de ellas a los ocupantes etruscos. invadieron Etruria y saquearon sus tierras. También intentaron tomar las ciudades, pero eran impotentes frente a ciudadelas fortificadas, defendidas por murallas de piedra. Sin embargo, continuaron sus correrías más hacia el sur y, en una de estas marchas, llegaron hasta orillas del Tíber y al territorio romano y es el primer incidente dé la historia externa de Roma que los griegos de la época conocieron y al que se le puede asignar una fecha probablemente cierta. Es improbable que Roma poseyera esas murallas de piedra que toda­vía se pueden ver, en parte, y que llevan el legendario hombre del rey Servio Tulio; si hubiesen existido, los galos habrían fracasado en su asalto. Es probable que toda la ciudad, salvo el Capitolio, en el que se hallaba el templo principal, estuviese defendida por simples terraplenes. Los galos derrotaron al ejército romano y al del Lacio en las orillas del Alia, tomaron y quemaron la ciudad y requisaron una gran cantidad de moneda.Las consecuencias de este desastre fueron de extremada im­portancia para Roma. Esa derrota puso en evidencia que un ejército compuesto casi únicamente de patricios no podía satis­facer las necesidades militares de la época y que la ciudad debía estar dentro de una fortaleza con sólidas murallas de piedra. Por otra parte, el peligro galo empujó al Lacio hacia una unión más estrecha con Roma, ya que ninguna otra potencia era bastante fuerte para enfrentarse con él. Las guerras galas ejercieron una gran influencia, especialmente, sobre el desarrollo interno de Roma, tanto en el aspecto político como en el económico. A medida que Roma iba adquiriendo mayor riqueza y poder en el transcurso del siglo V, su constitución aristocrática hereditaria iba perdiendo estabilidad. Los plebeyos, que estaban libres de las cargas del servicio militar, adquirían mayor importancia. Durante las con­tinuas guerras del siglo , los nobles se vieron obligados más de una vez a pedir ayuda a los plebeyos y completar las filas de su propio ejército con esos reclutas. Es posible que el sistema militar que lleva el nombre de Servio Tulio y que se introdujo definitiva­mente después de las guerras galas tuviera sus comienzos en esos momentos. A medida que se extendía el territorio romano, aumen­taba el número de propietarios rurales libres y no-patricios, perqué los plebeyos que participaban en campañas felices recibían conce­siones en las tierras conquistadas y muchos clientes de las familias dominantes fueron tal vez premiados del mismo modo por servicios militares prestados y, así, llegaron a ser económicamente indepen­dientes. Así fue creciendo gradualmente entre los plebeyos una comunidad de intereses y un deseo de organizarse. Encontraron representantes que acaso habían sido antes comandantes de las tropas plebeyas, reclutadas de acuerdo con las divisiones territo­riales que se llamaban "tribus" pero que no se deben confundir con las tres "tribus" gentilicias de los patricios. De ahí que a esos re­presentantes se les llamara tribunos y se convirtieran en adalides de todos los plebeyos. Al principio, quizá se elegían anualmente cuatro tribunos que representaban a las cuatro tribus en que se dividía Roma; más tarde, ese número ascendió a diez. Obtuvieron la primera victoria en la lucha de clases al obligar al Senado y a los patricios a redactar y publicar un código civil, las Doce Tablas, , la Ley Canuleya derogó" la disposición, semipolítica, semirreligiosa, que prohibía los matrimonios entre patricios y plebeyos. Finalmente, por algún tiempo, el lugar de los dos cónsules fue ocupado por seis tribunos militares, algunos de los cuales eran elegidos entre los plebeyos.La asamblea popular estaba constituida por todos los ciuda­danos que servían en el ejército. Se dividía en 193 centurias. Esa asamblea elegía los cónsules, aprobaba las leyes, decidía cuestiones de guerra y paz, y absolvía o condenaba a los ciudadanos en casos de gran importancia. La nueva constitución incrementó enorme­mente la fuerza militar de Roma, pero su introducción obligó a las viejas familias patricias a renunciar a su supremacía política. De este modo, se presentaron amplias oportunidades a los plebeyos para adquirir tierras, así como para extender y reforzar las base? de su nueva organización.Probablemente, , que la tradición nos señala, en la que se aprobaron las leyes de Licinio y Sextio, tribunos de la plebe. Por estas leyes se distribuyeron tierras de reciente conquista, principalmente entre los plebeyos, que también tuvieron acceso al consulado, otra vez restablecido: la comunidad podía elegir para el consulado a un plebeyo lo mismo que a un patricio. Alrededor de la misma época, todos los ciuda­danos romanos consiguieron el derecho, conocido como ius provo-cationis, de apelar ante la asamblea popular contra cualquier sentencia de muerte dictada por los cónsules. También los tribunos de la plebe comenzaron a tener mayor importancia; se reconoció la inviolabilidad de sus personas y se extendió su derecho a de­fender a los plebeyos contra los procedimientos arbitrarios de los cónsules; el poder de veto, que era su arma en estas controversias, se consideró como parte de la constitución romana y los tribunos lo utilizaron continuamente.Aunque condujeron a una sólida democratización del Estado romano, todas estas victorias de los plebeyos romanos no se gana­ron, como ocurrió en la mayoría de los Estados griegos, mediante cruentas guerras de clases acompañadas de sangrientas y estériles revoluciones. En Roma, como en Atenas, esas victorias fueron el resultado de un proceso gradual y de acuerdos sucesivos entre patricios y plebeyos. La tradición solo nos habla de un arma que los plebeyos empleaban regularmente: se trata de una especie de "huelga" que consistía en negarse a participar en la defensa del país y en amenazar con la secesión de la comunidad. Pero es dudoso que hayan recurrido a ese procedimiento antes de los comienzos del siglo III a. C.Es indudable que esta nueva organización del cuerpo de ciu­dadanos infundió una fuerza renovada a la comunidad. Ahora, el interés común entraba plenamente en el corazón de cada ciuda­dano; cada uno de ellos se sentía responsable personal del Estado y de su prosperidad. Al mismo tiempo, la organización puramente militar del Estado, junto con las extensas e ilimitadas atribucio­nes de los cónsules durante una campaña y fuera de los límites de la ciudad, enseñó al pueblo la estricta disciplina militar y la obe­diencia a las órdenes de sus jefes. Las funciones de los tribunos se limitaban al interior de la ciudad; su veto no tenía fuerza contra los magistrados durante las operaciones militares ni tampoco se podía ejercer el derecho de apelación en esos momentos. Los resul­tados de esa nueva organización se hicieron patentes cuando Roma y el Lacio, después de una lucha, victoriosa con los volscos y los ecuos se vieron obligados a enfrentarse con enemigos más terri­bles Sabemos muy poco de la civilización romana Las excavaciones en Roma han sido infructuosas, mucho más que las hechas en algunas ciudades lati­nas y etrusco-latinas, tales como Preneste y Fidenas, que han posi­bilitado descubrimientos que señalan la creciente influencia de la cultura griega sobre los latinos. Sabemos algo más sobre la reli­gión. La religión primitiva de los latinos y de Roma en particular era muy parecida a la religión primitiva de otros grupos indo­europeos que trocaron su vida pastoril por la agricultura. Un calendario oficial de festividades, que se estableció aproximada­mente en la misma fecha de la fundación de Roma, se ha conser­vado y constituye la fuente principal de nuestro conocimiento a ese respecto. Esos festivales son puramente militares o agrícolas. Figura prominente en el calendario es Júpiter, el gran dios del cielo y también guardián de la civilización y del Estado; viene después Marte, que personifica á las montañas y las selvas con sus peligros. Después de la unión con los sabinos, en la Colina del Quirinal aparecen algunos dioses sabinos como, por ejemplo, Qui-rino, el Marte sabino. Las nociones romanas sobre la deidad eran, en general, de un tipo primitivo y no mostraban la riqueza creadora de la fantasía griega. Incluso en los tiempos primitivos, el gobier­no prescribía el ritual que debía seguir el jefe de esos poderes divinos y el culto, así controlado, se convirtió en una ceremonia meramente formal, estricta y precisamente definida.La religión de la familia era menos formalista. Se dirigía al Genius del señor y cabeza de la familia, en el cual se personificaba el poder creador y la continuidad de la vida de la familia. Los Manea, o espíritus de los antepasados, también sobrevivían en la casa y la familia y eran necesarios ciertos ritos propiciatorios. El genio (llamado Iuno) de la señora de la casa también debía reci­bir culto, como el del amo. Después estaban los Penates, los espíri­tus que guardan la riqueza de la familia, sus almacenes y graneros, y los Lares que vigilan los campos y los caminos. Finalmente, el hogar doméstico era también objeto de culto. El Estado tiene también su hogar, y Vesta, el genio que preside ese hogar, tiene ritos prescritos, y asimismo Jano, el dios de doble rostro que vigila las puertas que conducen de la vida civilizada de los ciudadanos a la región de los enemigos.Esta religión se fue modificando, a medida que transcurrían los tiempos, por diversas causas: el desarrollo de la ciudad-Estado, la formación de una poderosa clase plebeya, que consistía funda­mentalmente en inmigrantes latinos, y la fuerte influencia de los etruscos sobre la evolución política y económica de Roma. En adelante, se advierte un doble aspecto en la religión romana. Los inmigrantes plebeyos de las ciudades helenizadas del Lacio desarrollan el comercio y la industria, y traen consigo una serie de cultos, algunos de ellos griegos, pero adoptados por los latinos, y otros latinos, pero modificados por los griegos. Todos los nuevos dioses tienen algo que ver con el comercio y la industria, y los templos que se les dedican se construyen junto al Tíber o bien en el Aventino, la colina de los plebeyos. El primero de esos dioses es Hércules o Heracles, que vigila el comercio y la vida de los negocios: su altar se halla en el mercado de animales (forum boarium). Después llega Minerva, una diosa latina, que posee algunas características de la antigua Atenea de Grecia, protectora de los artesanos. Pero, al mismo tiempo, crece una religión peculiar de las casas patricias (las familias etrusco-latinas que predominaban en tiempos de los reyes etruscos). Y, de este modo, Roma, como otras ciudades-Estado del mundo antiguo, posee un centro religioso pro­pio en el Capitolio, con un templo consagrado a la trinidad de Júpiter Óptimo Máximo, Juno y Minerva. El templo fue construido en estilo etrusco y el ritual era etrusco en su aspecto externo, pero los dioses mismos no lo eran.Júpiter Óptimo Máximo era el Júpiter de todos los latinos, mientras que Juno y Minerva llegaron a Roma importados de las ciudades latinas. El carácter nacional de esta trinidad capitolina muestra, en primer lugar, el aspecto predominantemente latino de la aristocracia que gobernó en la Roma latino-etrusca y también la ambición que sentía esta ciudad de ser la cabeza del Lacio y de tener dentro de su recinto el culto del dios máximo del Lacio, que se convirtió en deidad suprema de Roma en tanto Estado. (No es sorprendente que, al mismo tiempo, el culto de Diana, otra deidad relacionada con la liga latina, se estableciera en el bosque que cubre las laderas del Aventino) Este "establecimiento" de un culto, bajo influencia etrusca pero con un espíritu puramente latino, es muy característico. Todavía lo es más el hecho de que los campesinos plebeyos introdujeran como un con­trapeso a la trinidad de los patricios, otra trinidad propia. En un templo del Aventino, rendían culto a Ceres (la Deméter griega) y a la divina pareja, libera y Líber; combinado con esos cultos se hallaba el de Dionisio o Iaco, que tenía gran preponderancia en el sur de Italia en esa época. Es de observar que en esta trinidad plebeya, una deidad femenina ocupa el lugar principal. Tal hecho se puede atribuir a ese estrato de población indígena que se mez­cló con los inmigrantes indoeuropeos para formar diversas

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